La fotógrafa bajo el pseudónimo de Robert Capa, Spotfem, 05/03/2021
Gerda Taro (Stuttgart, Alemania, 1910) fue una brillante fotógrafa, especializada en conflictos bélicos, cuyas inolvidables fotografías de la guerra civil española han pasado a la historia del fotoperiodismo por derecho propio. Esta joven intrépida y libre, que rompió todos los roles reservados para las mujeres de su época, es considerada la primera mujer corresponsal gráfica de guerra y la primera que, tristemente, perdió la vida ejerciendo su profesión. Sin embargo, su nombre y su figura fueron olvidados por la historia durante más de 60 años y su trabajo atribuido a su pareja, el húngaro Endre Friedmann. ¿El motivo? Ambos trabajaron bajo el famosísimo pseudónimo Robert Capa, hoy considerado el mejor fotógrafo de guerra del S.XX.
El uso de este pseudónimo impedía identificar al autor de cada fotografía, sin embargo, a día de hoy, gracias a los datos biográficos, se ha podido recuperar parte de la obra de esta pionera del fotoperiodismo. Por otra parte, Gerda Taro era mucho más que una profesional de talento. Su adelantada visión estratégica y comercial fue decisiva en su carrera y la de su compañero: fue la creadora del mito de la fotografía Robert Capa, una marca tras la que trabajaban ambos, un equipo creativo y comercial que alcanzó un éxito sin precedentes en todo el mundo y cambió la historia de la fotografía.
A pesar de todo, si buscamos en internet “Robert Capa”, le encontraremos a él, Endre Friedmann, y no a ella. Gerda Taro no fue la única que trabajó como fotoperiodista bajo un nombre masculino en aquella época, ya que daba mayor facilidad a la hora de hacerse un hueco en la profesión. En este artículo, cuando citemos a Robert Capa, nos referiremos a la pareja de fotoperiodistas, y para hacerlo individualmente, los llamaremos por sus nombres. Bienvenidos a la apasionante vida de Gerda Taro, 26 años llenos de talento, audacia, viajes, aventuras, amor y, sobre todo, de un legado en fotografías que sirven para documentar el sufrimiento de una guerra, sus batallas, sus rostros y su dolor.
Gerda Taro es considerada la primera mujer corresponsal gráfica de guerra y la primera que, tristemente, perdió la vida ejerciendo su profesión
Su nombre original era Gerta Pohorylle (aunque se lo cambió más adelante a Gerda Taro, más fácil de pronunciar y con una sonoridad similar a la del nombre de la estrella Greta Garbo) y había nacido en Stuttgart en el seno de una familia burguesa judía. Desde muy joven sintió simpatía por las ideas socialistas y por la lucha obrera. En 1929, su familia se traslada a la ciudad de Leipzig, unos años antes de que el partido nazi consiguiera el poder de forma democrática. La joven Gerda fue detenida por difundir propaganda contra el gobierno nazi, por lo que la familia tuvo que huir y se dispersó por varios países. Así llegó a París, acompañada de su amiga Ruth, allí trabajó de niñera, camarera y de mecanógrafa de un psicoanalista. Un día, su amiga le dijo que iba a hacer de modelo para un joven fotógrafo llamado Endre Friedmann, un joven húngaro de familia acomodada. Este había vivido un proceso muy parecido al de Gerda: tuvo dificultades en su país por su lucha antifascista, por lo que se vio obligado a abandonarlo y terminó instalándose en París. Empezaba a hacer sus primeros trabajos como fotógrafo y, en 1932, trabajando para la revista Regards, fue el único que pudo fotografiar a León Trotsky durante un discurso en Copenhague. El destino quiso que se encontraran en aquella sesión fotográfica a la que acudió Gerda para acompañar a su amiga. Se enamoraron casi de inmediato. Tenían muchas cosas en común y, aunque en ese momento no lo sabían, estaban predestinados a hacer grandes cosas juntos.
En aquellos años, la situación económica era inestable, el crack del 29 era reciente y se respiraba el clima convulso de entreguerras. El odio hacia los judíos prendía como una mecha imparable. No eran tiempos fáciles para sobrevivir, por lo que Gerda y Endre necesitaban un plan para salir adelante. Gerda tenía un gran instinto comercial para lo que hoy en día llamamos la “marca personal” y él sabía mucho de fotografía. Así, Gerda ideó una estrategia para poder ganar dinero y, al mismo tiempo, Endre le enseñó todo sobre las herramientas fotográficas. Eran un equipo infalible, se complementaban, eran inteligentes, valientes y luchadores. Gerda inventó un fotógrafo ficticio, Robert Capa, americano y rico, al que no se podía acceder sino a través de sus representantes, que eran ellos mismos. Un plan perfecto: crear una figura cuyo propio misterio generase interés. A través de su trabajo en la agencia de fotografía Alliance Photo, Gerda consiguió los contactos suficientes para empezar a vender las fotografías del falso fotógrafo. Como mujer tratando de acceder a un sector profesional dominado por hombres, sabía que su trabajo debía ser brillante: “Me esfuerzo por ser perfecta para sentirme invulnerable”, decía.
En muy poco tiempo, recibieron muchos encargos por los que cobraban un precio muy superior al que se pagaba habitualmente en París por fotografías de ese tipo. La primera exposición fue en 1936: había nacido el mito de Robert Capa. La propia Gerda empezó a apasionarse por la fotografía y empezó a hacer instantáneas. Es en este momento cuando se empieza a difuminar la línea que separa el trabajo de los dos, lo que será una constante en su trayectoria en común.
Para vender fotografías, Gerda inventó un fotógrafo ficticio, americano y rico, Robert Capa, al que no se podía acceder sino a través de sus representantes, que eran ellos mismos
Con el estallido de la guerra civil española, decidieron acudir sin pensárselo demasiado, quizá movidos por su vocación, pero también por factores artísticos y políticos. La etapa más intensa de Robert Capa estaba a punto de comenzar. Los jóvenes sintieron la necesidad de llevar sus cámaras a España y contar lo que estaba ocurriendo. «Tengo la necesidad de contar la historia de las miserias anónimas», explicaría Gerda más tarde. Llegaron a España en julio de 1936 para retratar el horror que se estaba desencadenando en el país. Estuvieron en diversas contiendas, obteniendo instantáneas de momentos claves de la guerra: la defensa de Madrid, la Batalla del Ebro, la Batalla de Brunete o la despedida de las Brigadas Internacionales. Pero no solo retrataron la primera línea de batalla, sino que quisieron mirar a las zonas de la retaguardia, donde se encontraba la población civil. Y así encontraron los rostros de la pobreza, el hambre, la desesperación, el dolor.
Hay una fotografía muy famosa que seguramente todo el mundo recuerda. Su nombre es Muerte de un miliciano y fue tomada el 5 de septiembre de 1936. En ella podemos ver a un miliciano en el preciso instante en que es abatido por una bala. Esta instantánea dio la vuelta al mundo porque lograba retratar descarnadamente y a tiempo real el horror de una guerra. A pesar de que la veracidad de esta fotografía ha sido cuestionada desde diferentes ámbitos, mucha gente sabe que su autor es Robert Capa, es decir, Taro y Friedmann. A día de hoy es difícil precisar quién de los dos pudo realizar esa fotografía que se convirtió en todo un icono del S.XX, pero sí sabemos a ciencia cierta que es fruto de una colaboración profesional ejemplar.
"Tengo la necesidad de contar la historia de las miserias anónimas», decía Gerda. Su colaboración profesional con Friedmann fue ejemplar y lograron imágenes tan trascendentes como Muerte de un miliciano, icono del S.XX"
Muerte de un miliciano, portada de La muerte en marcha. Fuente: IG @stephaneboudonvanhille
Contra todo pronóstico, en 1937 sus caminos empezaron a separarse. Gerda creó su propia marca en solitario, Photo Taro, se instaló sola en Madrid y fue contratada como corresponsal gráfica de guerra por el diario Ce Soir. Su primer reportaje importante en solitario fue publicado en abril de 1937 en la revista Regards, en la que mostraba a una población civil masacrada por la guerra. La motivación de la fotoperiodista era denunciar con sus fotografías las terribles realidades que la rodeaban para ayudar a cambiarlas. Era una persona fuerte y valiente, con una gran sensibilidad que también le pasaba factura: “Cuando piensas en todas las personas magníficas que hemos conocido y que han muerto… Tienes la absurda sensación de que, de algún modo, no es justo seguir vivo”, decía. Con la única compañía de su cámara Leica, Gerda se ponía en situaciones peligrosas para retratar el horror de las trincheras desde el interior, con el afán de obtener la fotografía más auténtica, más elocuente, más impactante. En las crónicas de la época la apodaban «la pequeña rubia» o “el pequeño zorro rojo”, por su reducida estatura, su carácter intrépido y por el color de su pelo, rubio rojizo.
Por desgracia, una de aquellas jornadas entre trincheras iba a ser fatídica para ella. Era el verano de 1937, en la batalla de Brunete. La fotógrafa se dirigía a un pueblo cercano a buscar carrete para su cámara cuando comenzó un ataque aéreo del bando nacional. La joven cayó a la carretera y, por accidente, fue atropellada por un tanque republicano perteneciente a su convoy. La trasladaron de inmediato a un hospital de campaña en El Escorial, pero no pudo hacerse nada por salvar su vida. Nunca pudieron encontrarse las fotografías que hizo ese día con su Leica, quizás atropellada también por aquel tanque. El partido comunista francés organizó un acto conmemorativo por su muerte como una heroína republicana y fue enterrada en el famoso cementerio de Père-Lachaise en París. Desde ese momento fue considerada la primera fotoperiodista de la historia y la primera que murió ejerciendo su profesión en el frente aunque, tras tantos honores, iría cayendo paulatinamente en el olvido.
“Cuando piensas en todas las personas magníficas que hemos conocido y que han muerto… Tienes la absurda sensación de que, de algún modo, no es justo seguir vivo”
«Ahora que Gerda ha muerto, todo se ha acabado para mí», dijo Friedmann al enterarse de su muerte. Descubrió la noticia en un periódico, en la consulta de su dentista. La mujer de su vida había fallecido. Parece ser que nunca se repuso de su pérdida. Pasó semanas bebiendo, sin querer continuar su trabajo, sin ver a nadie. Sin embargo, poco a poco volvió a resurgir y siguió trabajando con el nombre de Robert Capa. Sus trabajos en los distintos conflictos bélicos de los que fue testigo fueron realmente brillantes y alimentaron su fama. Tal vez por eso, todo el mundo tendió a pensar que todas las imágenes firmadas con su nombre le pertenecían. Endre nunca más volvió a nombrarla, quizá por el extremo dolor que sintió al perderla.
El fotógrafo también murió 17 años después, al igual que ella, en un accidente mientras cubría un conflicto bélico. Tenía 40 años. Había fallecido el gran Robert Capa y ya solo existía el recuerdo de Endre Friedmann, de Gerda Taro no quedó ni rastro durante varias décadas. Por suerte, a finales de los ochenta comenzó a recuperarse su figura gracias a la obra de biógrafos como Richard Whelan e Irme Schaber y al trabajo del Centro Internacional de Fotografía, fundado por el propio hermano de Endre.
¿Cómo pudieron, entonces, recuperarse las fotografías de los años en los que Gerda y Endre fueron Robert Capa? Fue posible gracias a la «maleta mexicana». Esta aventura empezó cuando Endre, en 1939, trató de sacar de Francia los negativos de las fotografías realizadas en el frente español. Estos terminaron en manos del embajador de México, que las olvidó completamente durante años, sin saber el tesoro que poseía. Las imágenes pasaron a un familiar que era cineasta, Benjamin Tarver, que, cuando fue consciente de la relevancia del material, se puso en contacto con el Centro Internacional de Fotografía, en 1995. Sin embargo, las conversaciones se detuvieron y no fue hasta 2007 que Tarver decidió donar las fotografías a esta misma institución. A pesar de que Endre nunca quiso llevarse todo el mérito, es difícil saber qué fotos hizo cada uno en el tiempo en el que operaron bajo la marca Robert Capa. En Death in the making, el primer libro que el fotógrafo publica sobre la Guerra Civil en 1938, incluye varias instantáneas tomadas por ella. En la dedicatoria puede leerse: «A Gerda, que pasó un año en el frente español, y allí quedó».
En 2007 se recuperaron los negativos del trabajo de Gerda y Endre como Robert Capa en el frente español, pero es difícil identificar al autor de cada una
Civiles huyendo con lo que pueden cargar. Fuente: IG @avenidagarcialorca
No es la primera vez en la historia del arte que ocurre esto, pero en este caso ha sido posible recuperar la verdad y Gerda ya ocupa el lugar que merece en la historia de la fotografía, sobre todo en la fotografía de guerra. Recientemente, se ha publicado La chica de la Leica, un texto en el que la autora Helena Janeczeck novela la vida de Taro dando una mayor visibilidad a su trabajo y su memoria. En marzo de 2020, el Museo Reina Sofía de Madrid inauguró una exposición llamada Frente y retaguardia: Mujeres en la Guerra Civil y, por vez primera, tres fotografías atribuidas a Endre Friedmann como Robert Capa fueron definitivamente expuestas bajo la autoría de Gerda Taro, tras una ardua investigación que determinó ese veredicto. La exposición trató de hacer justicia y mostrar el papel invisibilizado de la mujer en los contextos de guerra, por ejemplo, el de las fotorreporteras.
Hace tan solo un par de años, una última aventura digital puso el epílogo a la historia de Gerda. Fue a raíz de una fotografía que John Kiszely publicó en su Twitter, en la que veíamos a un joven doctor, su padre, atendiendo a una mujer ensangrentada en el frente español, concretamente durante la batalla de Brunete. En el dorso de la foto estaba escrito: «Mrs Frank Capa, Brunete». Así, tras algunas comprobaciones, pudo saberse que esa mujer era Gerda Taro en su lecho de muerte. Y ese fue el cierre fotográfico de su vida, la última foto, paradójicamente, la que ella no pudo hacer y la que permaneció oculta durante muchos años.
En la exposición Frente y retaguardia: Mujeres en la Guerra Civil del Museo Reina Sofía de Madrid (2020) se incluyeron, por primera vez, tres fotografías atribuidas a Endre Friedmann como Robert Capa, bajo la autoría de Gerda Taro
Robert Capa, como equipo creativo, funcionó a la perfección y dio como resultado instantáneas que perdurarán para siempre en nuestras retinas, por eso es justo recordar el lugar de Gerda Taro en la consecución de esa memoria histórica en imágenes. Fue una gran mujer que ejerció el fotoperiodismo con profundidad, pasión, honestidad y calidad humana, una profesional comprometida que vivió y murió por sus fotografías. Prueba de ello es la anécdota que contaron los que estuvieron junto a su cama en aquel hospital de campaña. Aseguran que sus últimas palabras antes de morir fueron: «¿Alguien recogió mi cámara?»
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Gerta Pohorylle conhecida profissionalmente como Gerda Taro (Estugarda, 1 de agosto de 1910 – Brunete, 26 de julho de 1937) foi fotógrafa, jornalista e anarquista alemã de origem judaica. É lembrada como sendo a primeira mulher fotojornalista a morrer enquanto fazia cobertura de guerra.
Esposa do fotógrafo húngaro Robert Capa, ficou conhecida principalmente por seu registro da Guerra Civil Espanhola em fotos que hoje marcam a memória daqueles eventos. Gerda documentou o cotidiano e as batalhas do fronte em vários momentos perigosos da guerra e ao ficar sem filme para sua câmera, arrumava carona no carro de um general que estava sendo usado para transportar os feridos. Quando foram atingidos por aviões alemães que apoiavam as tropas de Franco perto de Villanueva de la Cañada, um tanque desgovernado do exército republicano colidiu com eles e Gerda foi mortalmente ferida no estômago.
Capa e Taro foram nomes inventados pelo casal para tentar atenuar a intolerância vigente na Europa na época e para terem nomes mais atraentes para o mercado norte-americano. Uma grande parte da produção, originalmente, atribuída a Capa era da autoria de Gerda Taro.
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